Infiel, adj. y s. Dícese, en New York, del que no cree en la religión cristiana; en Constantinopla, del que cree. Especie de pillo que no reverencia adecuadamente ni mantiene a teólogos, eclesiásticos, papas, pastores, canónigos, monjes, mollahs, vudús, hierofantes, prelados, obíes, abates, monjas, misioneros, exhortadores, diáconos, frailes, hadjis, altos sacerdotes, muecines, brahamanes, hechiceros, confesores, eminencias, presbíteros, primados, prebendarios, peregrinos, profetas, imanes, beneficiarios, clérigos, vicarios, arzobispos, obispos, priores, predicadores, padres, abadesas, calógeros, monjes mendicantes, curas, patriarcas, bonzos, santones, canonesas, residenciarios, diocesanos, diáconos, subdiáconos, diáconos rurales, abdalas, vendedores de hechizos, archidiáconos, jerarcas, beneficiarios, capitularios, sheiks, talapoins, postulantes, escribas, gurús, chantres, bedeles, fakires, sacristanes, reverendos, revivalistas, cenobitas, capellanes, mudjoes, lectores, novicios, vicarios, pastores, rabís, ulemas, lamas, derviches, rectores, cardenales, prioresas, sufragantes, acólitos, párrocos, sulíes, muftis y pumpums.
Infortunio, s. Especie de fortuna que siempre llega.
Ingenio, s. Sal con que el humorista americano arruina su cocina intelectual, al omitirla.
Inmigrante, s. Persona inculta que piensa que un país es mejor que otro.
Insurrección, s. Revolución fallida. Fracaso de opositores que pretenden reemplazar un gobierno malo por otro desastroso.
Inventor, s. Persona que construye un ingenioso ordenamiento de ruedas, palancas, y resortes, y cree que eso es civilización.
Justicia, s. Artículo más o menos adulterado que el Estado vende al ciudadano a cambio de su lealtad, sus impuestos y sus servicios personales.
Juventud, s. Período de lo Posible, cuando Arquímedes encuentra un punto de apoyo. Casandra tiene quien la escuche y siete ciudades compiten por el honor de mantener a un Homero viviente.
Ladrón, s. Comerciante candoroso. Se cuenta de Voltaire que una noche se alojó, con algunos compañeros de viaje, en una posada del camino. Después de cenar, empezaron a contar historias de ladrones. Cuando le llegó el turno a Voltaire dijo:--Hubo una vez un Recaudador General de Impuestos --y se calló. Como los demás lo alentaron a proseguir, añadió:--Ese es el cuento.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Apéndice IV del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce
Sobre el oficio del cuentista. Por Juan Bosch
domingo, 9 de noviembre de 2008
El comienzo. Por David Lodge
¿Cuándo empieza una novela? La pregunta es casi tan difícil de contestar como la de cuándo un embrión humano se convierte en persona. Ciertamente la creación de una novela raramente empieza en el momento en que el autor traza con la pluma o teclea sus primeras palabras. La mayoría de los escritores efectúa algún trabajo preliminar, aunque sólo sea mentalmente. Muchos preparan el terreno cuidadosamente durante semanas o meses, haciendo diagramas del argumento, recopilando biografías de personajes, llenando un cuaderno con ideas, escenarios, situaciones, bromas, para usarlos durante el proceso de composición. Cada escritor tiene su propia manera de trabajar. Henry James tomó, para El expolio de Poynton, notas casi tan largas y casi tan interesantes como la novela en sí. Muriel Spark, por lo que sé, medita el concepto de cada nueva novela y no toma papel y lápiz hasta que ha compuesto mentalmente una primera frase satisfactoria.
Para el lector, sin embargo, la novela empieza siempre con esa primera frase (que puede no ser, claro está, la primera frase que el novelista escribió en su primera versión del texto). Y luego la siguiente, y la siguiente… Cuándo termina el comienzo de una novela es otra pregunta difícil de contestar. ¿Es el primer párrafo, las primeras pocas páginas o el primer capítulo? Sea cual fuere la definición que uno dé, el comienzo de una novela es un umbral, que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado. Debería, pues, como suele decirse, “arrastrarnos”.
Eso no es tarea fácil. Todavía no nos hemos familiarizado con el tono de voz del autor, su vocabulario, sus hábitos sintácticos. Al principio leemos un libro despacio y dubitativamente. Tenemos mucha información nueva que absorber y recordar: los nombres de los personajes, sus relaciones de afinidad y consanguinidad, los detalles contextuales de tiempo y lugar…, sin los cuales la historia no puede seguirse. ¿Valdrá la pena todo ese esfuerzo? La mayoría de los lectores están dispuestos a conceder al autor el beneficio de la duda al menos por unas pocas páginas, antes de decidir volver a cruzar el umbral en sentido contrario. (…)
Una novela puede empezar en medio de una conversación, como Un puñado de polvo de Evelyn Waugh, o las obras tan especiales de Ivy Compton-Burnett. Puede comenzar con una sorprendente autopresentación del narrador: “Llamadme Ismael” (Herman Melville, Moby Dick), o con un corte de mangas a la tradición literaria de la autobiografía: “…lo primero que probablemente querréis saber es dónde nací y cómo fue mi asquerosa infancia, y qué hacían mis padres y todo antes de tenerme a mí, y toda esa basura a lo David Copperfield, pero no tengo ganas de meterme en todo eso” (El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger). Un novelista puede empezar con una reflexión filosófica: “El pasado es un país extranjero: allá hacen las cosas de otra manera”, como L. P. Hartley en The go-between (El alcahuete), o poner al personaje en apuros desde la primerísimo frase: “No hacía ni tres horas que había llegado a Brighton cuando Hale supo que querían asesinarle” (Graham Greene, Brighton, parque de atracciones). Muchas novelas se inician con una historia-marco que explica cómo fue descubierta la historia principal, o narra cómo es contada a un público ficticio. En El corazón de las tinieblas de Conrad un narrador anónimo muestra a Marlow relatando sus experiencias en el Congo a un círculo de amigos sentados en el puente de una yola en el estuario del Támesis (“Y también éste –empieza Marlow- debió ser uno de los lugares más siniestros de la tierra”). Otra vuelta de tuerca de Henry James consiste en un relato autobiográfico escrito por una mujer ya fallecida, el cual es leído en voz alta a los invitados un fin de semana en el campo, que se han estado contando unos a otros, para entretenerse, historias de fantasmas, hasta llegar a esta última que supera en horror a todas las anteriores… (…) Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino empieza: “Está usted a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero”. Finnegans Wake de James Joyce comienza en medio de una frase: “Río que discurre, más allá de Adam and Eve, desde el recodo de la orilla a la ensenada de la bahía, nos trae por un comodius vicus de circunvalación de vuelta al castillo de Howth y Environs”. El fragmento que falta concluye el libro: “un camino solo al fin amado alumbra a lo largo del”, volviendo así otra vez al comienzo, como el agua, que circula en el medio natural del río al mar, del mar a la nube, de la nube a la lluvia y de la lluvia al río, y también como la infinita producción de sentido que proporciona la lectura de ficciones.
Incipit III (Cuentos)
(El tren 081. Marcel Schwob)
El bergantín holandés Alkmar regresaba nuevamente de Java, cargado de especias y otros elementos preciados. Hizo escala en Sathampton y se autorizó a la tripulación a bajar a tierra.
Uno de ellos, Hendrijk Versteeg, traía un momo en el hombro derecho, un loro en el izquierdo y, pendiendo de la espalda, una farda de tejidos hindúes, que pensaba vender en la ciudad junto con los animales.
(El marinero de Ámsterdam. Guillaume Apollinaire)
Sus padres lo llamaron Augustus S. F. X. Van Dusen, y él se encargó, con posteridad, de agregar académicamente, y tras su nombre, casi todas las demás letras del alfabeto. Por eso, sumados nombres y títulos, formaba una estructura maravillosamente imponente. Su propietario era Doctor en filosofía, en Medicina, en Leyes, miembro de media docena de academias y varias veces condecorado.
(La mente todo lo resuelve. Jacques Futrelle)
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y hasta se había lustrado los zapatos.
(Cabecita negra. Germán Rozenmacher)
En el hotel había noventa y siete agentes de publicidad neoyorquinos. Como monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia, la chica de la 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina leyó un artículo titulado “El sexo es divertido o infernal”. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada en el alféizar de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda.
(Un día perfecto para el pez plátano. J. D. Salinger)
Todas las mañanas me despierta la sirena de la Ítalo. Ahí empieza mi día. El sonido atraviesa la villa envuelta en las sombras, rebota en los galpones del ferrocarril y por fin se pierde en la ciudad. Es un sonido grave y quejumbroso y suena como la trompeta de un ángel sobre un montón de ruinas. Entonces abro los ojos en la oscuridad y me digo, cuando todavía dura el sonido, "Levántate y camina como un león".
(Como un león. Haroldo Conti)
Al extender la mano vio el revólver a su costado. Se inmovilizó. Acababa de sonar otro tiro. Inclinó la cabeza y volvió a ver al otro, que seguía caído en la calle. “Estará muerto”. Un frío interior, endureciéndole los músculos, le clavó las articulaciones. Él no intentó alzar el arma, tan sólo tocar el cuerpo de su hermano, darle vuelta, para ver si vivía.
(Los dos. Gerardo Pisarello)
Egbert llegó a la amplia sala poco iluminada con la actitud de un hombre inseguro, que no sabe si está entrando en un palomar o en una fábrica de explosivos, pero listo para enfrontar cualquiera de las posibilidades.
(La reticencia de Lady Anne. Saki)
sábado, 1 de noviembre de 2008
Anticonsejos para escritores. Por Carlos Drummond de Andrade
Publicó 28 libros de poemas. Falleció 12 días después de la muerte de su única hija. Hoy compartimos sus anticonsejos.
II.-Al escribir no creas que vas a derrumbar las puertas del misterio universal. No derrumbarás nada. Los mejores escritores consiguen apenas reforzarlo, y no te exijas tamaña proeza.
III.- Si estás indeciso entre dos adjetivos, prescinde de ambos y usa el sustantivo.
IV.- No creerás en la originalidad, por supuesto, pero tampoco vayas a creer en la trivialidad, que es la originalidad de todo el mundo.
V.- Lee mucho y olvida lo que más puedas.
VI.- Anota las ideas que se te ocurran en la calle, para evitar desarrollarlas: el azar es mal consejero.
VII.- No te derritas de gusto si te dicen que tu libro nuevo es mejor que el anterior. Quiere decir que el anterior no era bueno.
VIII.- Pero si te dicen que tu nuevo libro es peor que el anterior, quizá te están diciendo la verdad.
IX.- No respondas a los ataques del que no tiene categoría literaria: sería gastar pólvora en chimangos. Y si el atacante tuviera categoría, no ataca porque otras cosas lo preocupan.
X.- ¿Hallas que tu infancia fue maravillosa y que debes recordarla, a troche y moche, en tus escritos? Tus compañeros de infancia ahí están y no opinan lo mismo.
Consejos a los jóvenes literatos. Por Charles Baudelaire
Los preceptos que se van a leer son fruto de la experiencia; la experiencia implica una cierta suma de equivocaciones; y como cada cual las ha cometido –todas o poco menos-, espero que mi experiencia será verificada por la de cada cual.
I
DE LA SUERTE Y DE LA MALA SUERTE EN LOS COMIENZOS
Los jóvenes escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado de envidia: "¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!", no reflexionan que todo comienzo está siempre precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no se conocen.
...creo más bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones espontáneas y milagrosas jamás.
Los que dicen: "Yo tengo mala suerte", son los que todavía no han tenido suficientes éxitos y lo ignoran.
Libertad y fatalidad son dos contrarios; vistas de cerca y de lejos son una sola voluntad.
Y es por eso que no hay mala suerte. Si hay mala suerte, es que nos falta algo: ese algo hay que conocerlo y estudiar el juego de las voluntades vecinas para desplazar más fácilmente la circunferencia.
II
DE LOS SALARIOS
Por hermosa que sea una casa es ante todo -y antes de que su belleza quede demostrada- tantos metros de frente por tantos de fondo. De igual modo la literatura, que es la materia más inapreciable, es ante todo una serie de columnas escritas; y el arquitecto literario, cuyo sólo nombre no es una probabilidad de beneficio, debe vender a cualquier precio.
Hay jóvenes que dicen: "Ya que esto vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto trabajo?" Hubieran podido entregar trabajo del mejor; y en ese caso sólo hubieran sido estafados por la necesidad actual, por la ley de la naturaleza; pero se han estafado a sí mismos. Mal pagados, hubieran podido honrarse con ello; mal pagados, se han deshonrado.
Resumo todo lo que podría escribir sobre este asunto en esta máxima suprema, que entrego a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores y de todos los hombres de negocios: "¡Sólo es con los buenos sentimientos con los que se llega a la fortuna!"
Los que dicen: "¡Para qué devanarse los sesos por tan poco!" son los mismos que más tarde quieren vender sus libros a doscientos francos el pliego, y rechazados, vuelven al día siguiente a ofrecerlo con cien francos de pérdida.
El hombre razonable es el que dice: "Yo creo que esto vale tanto, porque tengo genio; pero si hay que hacer algunas concesiones, las haré, para tener el honor de ser de los vuestros".
III
DE LAS SIMPATÍAS Y DE LAS ANTIPATÍAS
En amor como en literatura, las simpatías son involuntarias; no obstante, necesitan ser verificadas, y la razón tiene ulteriormente su parte.
Las verdaderas simpatías son excelentes, pues son dos en uno; las falsas son detestables, pues no hacen más que uno, menos la indiferencia primitiva, que vale más que el odio, consecuencia necesaria del engaño y de la desilusión.
Por eso yo admiro y admito la camaradería, siempre que esté fundada en relaciones esenciales de razón y de temperamento. Entonces es una de las santas manifestaciones de la naturaleza, una de las numerosas aplicaciones de ese proverbio sagrado: la unión hace la fuerza.
La misma ley de franqueza y de ingenuidad debe regir las antipatías. Sin embargo, hay gentes que se fabrican así odios como admiraciones, aturdidamente. Y esto es algo muy imprudente; es hacerse de un enemigo, sin beneficio ni provecho. Un golpe fallido no deja por eso de herir al menos en el corazón al rival a quien se le destinaba, sin contar que puede herir a derecha e izquierda a alguno de los testigos del combate.
Un día, durante una lección de esgrima, vino a molestarme un acreedor; yo lo perseguí por la escalera, a golpes de florete. Cuando volví, el maestro de armas, un gigante pacífico que me hubiera tirado al suelo de un soplido, me dijo: "¡Cómo prodiga usted su antipatía! ¡Un poeta! ¡Un filósofo! ¡Ah, que no se diga!" Yo había perdido el tiempo de dos asaltos, estaba sofocado, avergonzado y despreciado por un hombre más, el acreedor, a quien no había podido hacer gran cosa.
En efecto, el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño ¡y los dos tercios de nuestro amor! ¡Hay que guardarlo avaramente!
IV
DEL VAPULEO
El vapuleo no debe practicarse más que contra los secuaces del error. Si somos fuertes, nos perdemos atacando a un hombre fuerte; aunque disintamos en algunos puntos, él será siempre de los nuestros en ciertas ocasiones.
Hay dos métodos de vapuleo: en línea curva y en línea recta, que es el camino más corto. (...) La línea curva divierte a la galería, pero no la instruye.
La línea recta... consiste en decir: "El señor X... es un hombre deshonesto y además un imbécil; cosa que voy a probar" -¡y a probarla!-; primero..., segundo..., tercero...etc. Recomiendo este método a quienes tengan fe en la razón y buenos puños.
Un vapuleo fallido es un accidente deplorable, es una flecha que vuelve al punto de partida, o al menos, que nos desgarra la mano al partir; una bala cuyo rebote puede matarnos.
V
DE LOS MÉTODOS DE COMPOSICIÓN
Hoy por hoy hay que producir mucho, de modo que hay que andar de prisa; de modo que hay que apresurarse lentamente; pues es menester que todos los golpes lleguen y que ni un solo toque sea inútil.
Para escribir rápido, hay que haber pensado mucho; haber llevado consigo un tema en el paseo, en el baño, en el restaurante, y casi en casa de la querida. (...)
Cubrir una tela no es cargarla de colores, es esbozar de modo liviano, disponer las masas en tono ligero y transparentes. La tela debe estar cubierta -en espíritu- en el momento en que el escritor toma la pluma para escribir el título.
Se dice que Balzac ennegrece sus manuscritos y sus pruebas de manera fantástica y desordenada. Una novela pasa entonces por una serie de génesis, en los que se dispersa, no sólo la unidad de la frase, sino también la de la obra. Sin duda es este mal método el que da a menudo a su estilo ese no se qué de difuso, de atropellado y de embrollado, que es el único defecto de ese gran historiador.
VI
DEL TRABAJO DIARIO Y DE LA INSPIRACIÓN
(...)
Una alimentación muy sustanciosa, pero regular, es la única cosa necesaria para los escritores fecundos. Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos contrarios no se excluyen en absoluto, como todos los contrarios que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hombre, como la digestión, como el sueño. (...) Si se consiente en vivir en una contemplación tenaz de la obra futura, el trabajo diario servirá a la inspiración, como una escritura legible sirve para aclarar el pensamiento, y como el pensamiento calmo y poderoso sirve para escribir legiblemente, pues ya pasó el tiempo de la mala letra.
VII
DE LA POESÍA
En cuanto a los que se entregan o se han entregado con éxito a la poesía, yo les aconsejo que no la abandonen jamás. La poesía es una de las artes que más reportan; pero es una especie de colocación cuyos intereses sólo se cobran tarde; en compensación, muy crecidos.
Desafío a los envidiosos a que me citen buenos versos que hayan arruinado a un editor.
(...)
¿Por lo demás, qué tiene de sorprendente, puesto que todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer, pero nunca sin poesía?
El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.
VIII
DE LOS ACREEDORES
(...) Que el desorden haya acompañado a veces al genio, lo único que prueba es que el genio es terriblemente fuerte; por desgracia, para muchos jóvenes, ese título expresaba no un accidente, sino una necesidad.
Yo dudo mucho que Goethe haya tenido acreedores (...). No tengan acreedores jamás; a lo sumo, hagan como si los tuvieran, que es todo lo que puedo permitirles.
IX
DE LAS QUERIDAS
Si quiero acatar la ley de los contrastes, que gobierna el orden moral y el orden físico, me veo obligado a ubicar entre las mujeres peligrosas para los hombres de letras, a la mujer honesta, a la literata y a la actriz; la mujer honesta, porque pertenece necesariamente a dos hombres y es un mediocre pábulo para el alma despótica de un poeta; la literata, porque es un hombre fallido; la actriz, porque está barnizada de literatura y habla en "argot"; en fin, porque no es una mujer en toda la acepción de la palabra, ya que el público le resulta algo más preciosos que el amor.
(...)
Porque todos los verdaderos literatos sienten horror por la literatura en determinados momentos, por eso, yo no admito para ellos -almas libres y orgullosas, espíritus fatigados que siempre necesitan reposar al séptimo día-, más que dos clases posibles de mujeres: las bobas o las mujerzuelas, la olla casera o el amor.
-Hermanos, ¿hay necesidad de exponer las razones?
La medida del mundo. Por Denis Guedj
Las longitudes se medían en toesas y pies del Perú, que equivalían a una pulgada, una loña y ocho puntos del pie de rey que era el del rey Filicteras, el de Macedonia y el de Polonia; también el de las ciudades de Papua, Pésaro y Urbino. Era, por poco más o menos, el antiguo pie del Francocondado, de Maine y de Perche, y el pie de Burdeos para los agrimensores. Cuatro de esos pies se aproximaban al alna de Laval. Cinco de ellos equivalían al hexápodo de los romanos, que era la caña de Toulouse y la verga de Norai. Era también la de Raucourt, así como la cuerda de Marchenoir en Dunois. En Marsella, la caña para los los paños era, aproximadamente, un catorceavo más larga que la de la seda. ¡Qué confusión! De 700 a 800 nombres.
“¡Dos pesos y dos medidas!”, era el propio símbolo de la desigualdad. Respondiendo a los deseos expresados en los memoriales de agravios de 1789, pero también en los de los Estados Generales de 1576, solicitando que “para toda Francia, sólo exista un alna, un pie, un peso y una medida”, la Revolución decidió uniformarlo todo. Instauró un sistema de medidas único y uniforme, asegurando la facilidad en los intercambios y la integridad en las operaciones comerciales.