martes, 16 de febrero de 2010

Incipit XIV (Cuentos)

Una vez convencida de que Ettore estaba bien muerto (caramba, ¡hacía seis meses que no lo veían!), Livia se dejó convencer para que aceptara otro novio. Lo recibió creyendo de buena fe que estaba enamorada. Era apuesto y buen mozo, fornido, muy tieso; tenía unos dientes preciosos y un par de bigotes nada fin de siècle ; last but [not] least , era rico.
Antes de la entrevista, Olga se preocupó de aleccionarla. No confiaba mucho en el incipiente amor de su hija y quería dejarle bien claro que, en aquella relación, lo que su corazón no le dictara, el interés debía sugerírselo.
(Mi mujer, Livia. Italo Svevo)

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
(La gallina degollada. Horacio Quiroga)

En el año 2081 todos los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todo
s los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos.
Algunas cosas en la vida aún no estaban del todo bien, sin embargo. Abril, por ejemplo, ya no era el mes de la primavera, y esto confundía a la gente. Y en este mismo mes, húmedo y frío, los hombres de la oficina de impedidos se llevaron a Harrison Bergeron, de catorce años, hijo de George y Hazel Bergeron.
(Harrison Bergeron. Kurt Vonnegut)

Entre tanto
s europeos como poseen el triste privilegio de haber vivido con los sentidos despiertos también una segunda guerra mundial, me tocó la rara situación de ver cada uno de los dos conflictos desde un frente distinto. Vi la primera lucha desde Alemania, desde Austria; la segunda desde Inglaterra. Por esta razón, el observar se torna para mí instintivamente en constante comparar, y no solamente las constelaciones de ambas, sino los dos pueblos en guerra también.
(Los jardines de la guerra. Stefan Zweig)

En muchos documentos figuraban con el nombre Delle Catene, pero en otros como los señores Von Ketten. Procedentes del norte, se habían detenido en el umbral del Mediodía. Según sus conveniencias hacían valer la filiación alemana o la latina, pero la verdad era que sólo se sentían ligados a sí mismos.
(La portuguesa. Robert Musil)

Apéndice XVI del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce


Tumulto, s. Entretenimiento popular ofrecido a los militares por espectadores inocentes.

Turba, s. En una república, aquellos que ejercen una suprema autoridad morigerada por elecciones fraudulentas. La turba es como el sagrado Simurg, de la fábula árabe: omnipotente, a condición de que no haga nada.

Ubicuidad, s. Don o poder de estar en todas partes en un momento dado, aunque no en todas partes en todos los momentos, ya que esto es omnipresencia, atributo que sólo pertenece a Dios y al éter luminífero. La Iglesia medieval no percibió claramente esta distinción entre ubicuidad y omnipresencia, y a raíz de eso corrió mucha sangre. Ciertos luteranos, que afirmaban la presencia del cuerpo de Cristo en todas partes fueron llamados Ubicuitarios. Este error los condenó doblemente, puesto que el cuerpo de Cristo sólo está presente en la eucaristía, aunque este sacramento puede administrarse simultáneamente en muchos lugares. En épocas recientes, la ubicuidad no ha sido siempre bien comprendida, ni siquiera por Sir Boyle Roach, quien sustenta que un hombre no puede estar al mismo tiempo en dos lugares, salvo que sea un pájaro.

Una vez, adv. Suficiente.

Ungir, v. i. Engrasar a un rey u otro gran funcionario que ya de por sí es bastante resbaloso. Los soberanos son ungidos por los sacerdotes del mismo modo que se engrasa bien a los cerdos para conducir al populacho.

Unitario, s. El que niega el dios de los Trinitarios.

Universalista, s. El que renuncia a las ventajas del Infierno en favor de los creyentes de otra religión.

Urbanidad, s. La forma más aceptable de la hipocresía. Especie de cortesía que los observadores urbanos atribuyen a los habitantes de todas las ciudades, menos Nueva York. Su expresión más común consiste en la frase "usted perdone"; no es incompatible con el desprecio de los derechos ajenos.

Urraca, s. Ave cuya inclinación al robo ha sugerido a algunos la posibilidad de enseñarle a hablar.

Vanidad, s. Tributo que rinde un tonto al mérito del asno más cercano.

Valla, s. En el arte militar, basura colocada delante de un fuerte para impedir que la basura de afuera moleste a la basura de adentro.

Verdad, s. Ingeniosa mixtura de lo que es deseable y lo que es aparente. El descubrimiento de la verdad es el único propósito de la filosofía, que es la más antigua ocupación de la mente humana y tiene buenas perspectivas de seguir existiendo, cada vez, más activa, hasta el fin de los tiempos.

lunes, 1 de febrero de 2010

El libro como ausencia

Jorge Aloy

El libro, al momento de ingresar en la modernidad lo hizo arrastrando valores culturales de tiempos inmemoriales, y se adaptó a la ineludible necesidad de participar del fetichismo de la mercancía. En los siglos XX y XXI este objeto de consumo, ya no de culto ni de elites, encuentra en las grandes editoriales la capacidad de existir como un producto masivo, capaz de arrasar con el público (sus consumidores) tal como lo podría hacer una estrella de Hollywood.
Creo, y esto es lo que quisiera plantear, que la construcción del objeto-libro se realiza a través de una ausencia. Ya me explico. El Capitalismo logró salir indemne de todas sus fisuras constantes, a pesar de contener en él las peores atrocidades de la humanidad: genocidios, guerras, invasiones de una nación a otra, etc. No puedo explicar cómo un sistema puede salir incólume de estas atrocidades, lo que sí me atrevo a afirmar es que la perfección del sistema se consigue con la exacerbación de sus crueldades. Sino no alcanzo a explicarme cómo el Capitalismo en su profundización necesitó recurrir a las desapariciones físicas, tanto de los objetos como de los individuos. Las desapariciones son un estigma de nuestra época e intentan sugerir la duda sobre la existencia de algo. Esa duda debe transformarse en ausencia no percibida, en una no existencia: en lo que aún no existe, no pensamos.
Y aquí llego, derivando de este planteo, a la idea de ausencia del libro. El libro-objeto del siglo XXI (para llamarlo de una forma simpática) está construido sobre la eliminación de algo. Y va mucho más allá de la dicotomía forma-contenido. Es la construcción del ser sobre el no ser. Y para que sea posible, tuvo que desaparecer algo: el elemento extraño que puede perturbar este mundo ordenado. Y entre todos los elementos molestos que pueden subvertir el sistema, hoy debemos incluir al libro ausente.
La presencia está marcada por los best-seller, tanto los de personajes de la televisión como los de autoayuda, de investigación periodística y de profecías del pasado. La ausencia es la literatura, la filosofía, el ensayo crítico.
Lo último: me gustaría mucho dejar planteado que la presencia fue construida a través de la ausencia, y de ningún modo al revés. Primero se eliminó al elemento molesto del sistema, luego se impuso la mercadería.